HISTORIAS DE LUCHA OBRERA

Visita inesperada


Marcos vive enfadado, Marcos no soporta las injusticias, Marcos no permite que abusen de sus compañeras y compañeros, Marcos roza la locura, Marcos es buen compañero.


La chulería que caracteriza a los jefes hijos de jefes, que se lo han encontrado todo hecho, hace que se dirijan a las trabajadoras de forma acosadora, esgrimiendo amenazas e improperios de todos los colores.

Marcos piensa que el jefe es un gilipollas y que cualquier día tendrá un susto, pero se enteró de un par de casos concretos y se enfadó mucho. Fue a ver al jefe, que se hallaba acompañado en ese momento por una gente trajeada que Marcos no había visto nunca, y una vez más demostró su chulería y despotismo habitual en él, crecido por la compañía de aquellos individuos, y después de aguantar la sorna de todos, Marcos abandonaba derrotado la oficina dando un portazo, "a ver quien se ríe mejor" pensaba.


Por la tarde hizo un par de llamadas, y a la mañana siguiente, bien temprano, apareció en el despacho del jefe, que esta vez estaba solo. Se presentó acompañado por otros 3 "terroristas" del sindicato. Tras el habitual "Marcos, tienes que pedirme cita antes de venir" paseando con cierto temor la mirada de uno a otro de los desconocidos acompañantes, Marcos se llevó el dedo a la boca indicando que se callara.


Mientras, los compas de Marcos iban paseándose por la oficina. Uno cogió uno de los cuadros de la mesa del jefe y tras mirarlo un rato lo dejó caer al suelo, con un estruendo de cristales rotos, "Oye tu, ¿qué haces?" dijo el jefe sin mucha convicción.

Otro de los compas se había sentado en un pequeño diván que había al lado de la ventana, con los pies apoyados encima de una mesa de cristal y se puso a fumar un ducados sin apartar su mirada del jefe.

El otro se quedó de pie a escasos centímetros del jefe, que estaba sentado, y empezó a soplarle la oreja.

Marcos, con una sonrisilla sardónica, pensó para sí mismo "Ahora no te ríes tanto, eh, cabrón" y le dijo cuatro cosas.


No tuvo que decir mucho, ni tampoco usar un lenguaje empresarial o ser locuaz, la mera visita dejó helado al jefe.

Jamás volvió a dirigirse a ninguna trabajadora. En su lugar, mandaba a alguno de sus "paladines", pero eso es otra historia.



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