CRÓNICAS DE UN FUTURO PASADO

Narraciones de un testigo



► FIN


Hubo una clara separación entre la gente de ciudad y la gente de campo.


Los "urbanitas" adoraban vivir en la comodidad de las ciudades. Tenían todo a su alcance: tiendas, transporte, ocio, suministros básicos, y sobre todo, tecnología.

A cambio tenían que pagar un precio, que muchos asumían sin demasiadas preocupaciones: saturación de gente, ruido, delincuencia, suciedad, polución ambiental y degradación de la sociedad en general. La gente solía ser egoísta, miraban para otro lado ante los problemas de los demás, y no conocían ni a sus vecinos.


La gente de campo, en cambio, no tenía esas comodidades. No tenían electricidad más allá de la que pudieran autogenerar, ni gas, ni agua en muchos casos, que tenían que aprovechar el agua de lluvia o hacer varios kilómetros hasta una fuente de agua natural, por lo que tenían que apañárselas en un entorno austero, pero vivían mucho más tranquilos, en paz consigo mismos y con su entorno, y se ayudaban entre si.


Pasaron décadas, se sucedieron generaciones, y estos estilos diferentes de vida provocaron una ramificación de la sociedad actual. Los que vivían en ciudades tenían altos conocimientos tecnológicos. Formaban parte del progreso, pero a cambio cedieron hasta perder el instinto natural de supervivencia.


Los que se asentaban en zonas rurales aisladas, jamás perdieron el nexo de unión con la naturaleza. Eran más rudos, pero más fuertes, más sanos al no existir contaminación, con mejores capacidades sensoriales, al no estar atrofiadas con pantallas ni ruidos, sobre todo por aquellos auriculares a todo volumen que los dejaban sordos.


Supongo que nadie espera que pase nada. Nos limitamos a vivir pensando que la vida siempre será como la que vivimos.


La anomalía del Atlántico Sur aumentó, desconcertando a los geofísicos, lo que provocó grandes perturbaciones en el campo magnético de la Tierra.


Los primeros indicios de lo que se aproximaba fueron los problemas técnicos en los satélites que orbitan la Tierra. La mayoría dejó de funcionar sin que nadie supiera cómo abordar el problema.

En los últimos 200 años, el campo magnético había perdido alrededor del 9 % de su fuerza. Ahora había perdido el 48% en poco más de una década, al tiempo que el área de la anomalía aumentaba a un ritmo de unos 1260 kilómetros al año.

Los modelos científicos y geofísicos fueron incapaces de explicar la evolución del fenómeno, y se vieron sobrepasados por un problema que pronto afectó a la economía y a la sociedad misma.


Debido al desplome del campo magnético que nos protege de la radiación cósmica y las partículas cargadas de energía procedentes del Sol, las tormentas solares se cebaron con nuestro planeta. Los aparatos electrónicos dejaron de funcionar. A cada envite que nos enviaba el Sol, más y más aparatos que se habían vuelto imprescindibles para la vida dejaban de funcionar.

Los avances tecnológicos se habían disparado desde que la IA asomó con fuerza allá por el 2018, y ahora todo se borraba de un plumazo.


El fin de la tecnología llevó a las grandes ciudades al caos. Pillajes, robos, violaciones, asesinatos, torturas, la ley del más fuerte, todo valía. Hubo gente que salió lo antes posible de las ciudades, pero la mayoría quisieron quedarse y defenderse para sobrevivir.

Cual apocalipsis zombie que tantas veces habían visto en las películas, las ciudades quedaron devastadas. Los gobiernos impusieron un orden marcial demasiado férreo para intentar evitar lo inevitable. Cayeron a manos de las fuerzas del orden mucha gente inocente, fuerzas del orden que se volvieron corruptas y se paramilitarizaron, no atendiendo a nadie más que a sus propios intereses. La població fue diezmada.


La gente que vivía en el campo, viendo venir el caos de las ciudades y la próxima estampida que amenazaba su estilo de vida, migraron a las profundidades de las montañas y los bosques, se hicieron fuertes, crearon comunas y sobrevivieron, no a duras penas.


La gente de las ciudades, poco a poco, con el paso de los años, se fueron extinguiendo. La falta de comida y agua potable, la falta de medicinas para las enfermedades que arrasaban el mundo, las plagas de enfermedades, muchas de ellas que se creían extinguidas, hizo que los pocos supervivientes se convirtieran en una raza inferior, sentenciada a la desaparición en cuestión de décadas.



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