RELATOS PARA NO DORMIR


LA EXTRAÑA PAREJA


Aquella extraña pareja volaba con indefinido destino. Hacía rato que no hablaban, solo alguna mirada cómplice, con aquellas caras de horror, los cuerpos rígidos y los brazos estirados hacia atrás, buscando una inepta aerodinámica.

Descendieron en el bosque poco a poco hasta tomar suelo de una manera suave y pulcra, posando los pies con delicadeza. Se miraron y uno señaló una dirección en la que poner rumbo y echaron a andar. Siempre lo hacían así, escogían sitios apartados, no querían ser vistos por nadie más que por sus víctimas.

Al cabo de un rato de caminar por aquel frondoso bosque detectaron su presencia; una mujer regresaba a casa con un atillo de troncos y ramas a la espalda para calentarse en ese frío invierno. A poca distancia lo seguía su hijo de ocho años.

Los seres se miraron, sonriendo con aquella mueca antinatural, esos dientes serrados y enormes, asintiendo repetidamente a una velocidad imposible y chasqueando la lengua en un idioma desconocido, aterrador.


Echaron a andar hacia el niño. Los pasos se aceleraron, transformándose en zancadas inhumanas, para pasar a volar a ras de suelo y secuestrar al niño.

La mujer dejó caer el atillo y corrió detrás de los secuestradores sin éxito. A unos metros de la mujer, que había caído y lloraba arrodillada, los seres, que habían parado su marcha, flotando ingrávidos a 3 metros de altura, miraron a la mujer; querían que los viera, querían que se grabara sus rostros en la mente. Siempre lo hacían así, se dejaban ver por las víctimas para que hablaran de ellos, para perpetuar su historia, de abuelos a padres, de padres a hijos, de hijos a hijos.


Hoy son historias de pueblos, historias irreales, cosas de abuelos para asustar a los niños, tradiciones de tiempos incultos; pero hoy siguen desapareciendo niños sin dejar rastro.



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